viernes, 2 de enero de 2009

Comentario de la obra de F. Sutil por Calros Solla

¿Quién dio por desvanecia la hermosura?, ¿quién se afana en marchitar el arco iris, el amanecer, el ocaso, el carro de estrellas?, ¿quién concibe sosegar el ánimo quebrado en el áspero jergón de la nube tóxica?, desdichados. La beldad aún campa, aún reina en los rincones intocados, en los secretos paraisos de los poetas, en la húmeda ensoñación de los pintores, pastores de la naturaleza indómita.
Solo el artista, casta singular, sabe de las veredas, de los vados, de los pasadizos escondidos, itinerarios inicáticos que conducen el espíritu en presencia del espejo de las esencias; quizás una hoja en blanco, quizás un blanco lienzo, quizás una tenue sábana de nieve sobre las cumbres de la soledad...
Y despertamos los ojos agotados de mundo al verde de las riberas que exhalan el aroma de la trucha y de la harina de las moliendas de otro tiempo. Tañe el viento la hoja de abedules y alisos, bala una oveja, muje un buey, abrimos los ojos cansados al azul de los acantilados y mar abierto -el salitre presentido estimula el pestañeo- se lanza en picado el charrán como relámpago, larga el trapo una dorna.
Algarabía de gente, puesto a puesto, la vida es romería, nos araña en este preciso instante el espejismo del aguardiente, leche pagana del alambique; del caldo albariño, del caiño que raya su negra garra en la luna de la taza. Deseamos ávidamente el pan, fruto del trigal, recién ahornado, exhibiendo impúdico la miga, aún caliente, ¿que mejor lecho para una onza de pulpo á feira?, ¿que mejor cama para una sardina de San Xoán?.
De pronto, el ascender fricativo de la pirotecnia inunda los sentidos, serpiente fugaz, manatial de pólvora, cascada de estallidos ensordecedores, irrumpen las gaitas en el campo de la fiesta, golondrinas de aliento, cuida el gaitero de la música, ganado inquieto, y lo confina en pasarrúas, muiñeiras, alboradas...Gaiteiros da Galiza, vigorosos mariscales del sentimiento, rojo sangre y azabache el las galas, emerge de las profundidades del alma un aturuxo, pues a cada poco, conviene retirarle la tapa a la emoción que hierve, se liberan las piernas al antojo del redoblante y, entonces, las ramas del corazón se desperezan de cuervos y amargura, ojalá fuese eterno este instante.
He aquí el universo del maestro Sutil, sus cuerpos celestes se ordenan como pomas maduras en el hierbal, alrrededor del manzano mecido por la brisa de agosto, arte puro, claro, reconfortante. Pintura exenta de los adornos de la falsa modernidad, pintura itemporal, eterna, a contracorriente de las modas, testimonio de una belleza pretérita y amenazada, valioso documento etnográfico. Cuando nuestra identidad se sublime en la humedad del recuerdo, la pintura de Sutil, flauta cautivadora, abandonará en el suelo un hilo de migajas, nos llamará dulcemente, invitándonos a atravesar la tela para intentar encontrar en el otro lado los vestigios de quién venimos siendo.

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